miércoles, 13 de octubre de 2010

Interpretaciones de la crisis (Claudio Katz *)


Transcurridos dos años desde el comienzo de la crisis las explicaciones de lo ocurrido continúan hegemonizadas por un contrapunto entre neoliberales y keynesianos. Los economistas ortodoxos cuestionan la osadía de los banqueros, los desaciertos de los gobiernos y la irresponsabilidad de los deudores. Los heterodoxos objetan el descontrol oficial, la tolerancia de la especulación y la ausencia de regulaciones financieras. Frente a esta argumentación comienza a ganar espacio otra interpretación de raíz marxista, que atribuye la convulsión a desequilibrios intrínsecos del capitalismo.
APETENCIAS E INTERFERENCIAS
Los neoliberales (Gary Becker, Alan Greenspan) repiten su libreto cómo si nada hubiera ocurrido. Presentan la crisis como un accidente pasajero, que no debería alterar el reinado de los financistas. Reconocen que el terremoto obliga a reconsiderar las supervisiones oficiales a los bancos, pero se oponen a eliminar las desregulaciones de los últimos años.
Lo que no pueden explicar es su fervoroso apoyo al socorro estatal que recibieron las entidades. Es evidente que ese auxilio contraría todas las prédicas a favor de la competencia y el riesgo. A veces argumentan que las instituciones financieras suministran dinero a toda la sociedad y deben ser preservadas con los fondos públicos.
Pero si requieren ese sostén pierden validez todas las alabanzas a la empresa privada. Los bancos constituyen el pilar de un sistema que los neoliberales consideran virtuoso y auto-suficiente. Con esas cualidades deberían poder afrontar las situaciones críticas sin ningún auxilio externo. En esas circunstancias y no durante el ciclo normal de los negocios se pone a prueba la consistencia del capitalismo.
Los economistas ortodoxos eximen a los banqueros de toda responsabilidad. Atribuyen la crisis a los efectos ocasionados por las políticas oficiales de abaratamiento del crédito, que estimularon el otorgamiento de préstamos a clientes insolventes. Pero en un contexto de bajas tasas de interés, los financistas podrían haber orientado sus colocaciones hacia otros destinos. No montaron la burbuja inmobiliaria por presiones oficiales, sino por el alto rendimiento que prometía ese negocio. Sólo reconocieron la existencia de un problema, cuándo la morosidad de esos créditos desató el quebranto de los bancos.
Ahora convierten a las víctimas en culpables del desplome. Los pequeños deudores que padecen el desalojo de sus viviendas son acusados de comportamiento irresponsable. Los neoliberales encubren las estafas cometidas por los banqueros, pero cuestionan a las familias empobrecidas que tomaron préstamos por simple necesidad de alojamiento.
Esta acusación es coherente con su restrictivo análisis de la crisis, en función de las conductas individuales. Utilizando ese parámetro consideran que los banqueros actuaron con excesiva confianza y se dejaron arrastrar por la codicia. No registran cuán absurdo es reclamar moderación en la actividad más competitiva del capitalismo. Las reglas de juego que rigen en ese ámbito habitualmente premian al aventurero y castigan al cauteloso.
La propia dinámica de la concurrencia por manejar los nichos más rentables del mercado empujó a los financistas a tomar los riesgos que provocaron el colapso. Los neoliberales que elogiaron a los apostadores en el auge, despotrican ahora contra la desmesura.
En sus caracterizaciones de la crisis focalizan todos los inconvenientes, en la inclinación psicológica de los financistas a tomar riesgos sin evaluar las consecuencias. Pero omiten el condicionamiento objetivo de esta actitud, que impone la vigencia de ciclos ascendentes y descendentes de los negocios. Siguiendo estas fluctuaciones los banqueros están forzados a valorizar su inversión, con iniciativas que tarde o temprano desembocan en un crack general.
Las explicaciones neoliberales incurren en incontables contrasentidos. Afirman que las señales de alarma fueron desoídas durante la euforia irracional de los últimos años y consideran que una retirada a tiempo, podría haber evitado el descalabro. Pero esa obviedad olvida que los desmoronamientos no son acontecimientos arbitrarios o evitables. Estos desplomes forman parte de la reorganización periódica que rige al capitalismo.
Los ortodoxos se arrepienten por el deslumbramiento que tuvieron con los sofisticados instrumentos de intermediación, para evaluar los riesgos financieros. Primero elogiaron la fiabilidad de estos mecanismos, pero ahora estiman que los swaps, los derivados y los seguros de cobertura convirtieron a la gestión del crédito en un laberinto inmanejable.
Es evidente que estos complejos programas -diseñados en Wall Street por expertos matemáticos- no permitieron ponderar de manera efectiva el riesgo y se tornaron indescifrables para los propios banqueros.
Pero el problema no radica en la falta de transparencia de la información aportada por esas herramientas, sino en las decisiones que adoptaron los financistas en un marco de concurrencia despiadada. Aunque los banqueros perciban las señales de riesgo no pueden valorarlas en forma adecuada, cuándo están inmersos en fuertes pugnas por el manejo rentable de las carteras.
La regla del beneficio creciente les impide adoptar en el momento adecuado la actitud conservadora, que todos aplauden a posteriori. Lo que parece racional luego del estallido es desechado con antelación, para no perder oportunidades de ganancias.
Pero lo peor no es el reconocimiento de este desacierto, sino la decisión de descargar las traumáticas consecuencias del desastre actual sobre los trabajadores y los desocupados. La principal función de la prédica neoliberal es justificar esta transferencia del costo de la crisis a los desamparados. Sus teorías sólo apuntan a proteger los privilegios de los acaudalados.
FRAUDES Y SUPERVISIONES
Los keynesianos (Paul Krugman, Joseph Stiglitz, George Soros, Nouriel Roubini) han desplazado a sus adversarios del escenario mediático. Consideran que presagiaron la crisis y advirtieron las negativas consecuencias de la desregulación bancaria. Pero estos mensajes de alerta no condujeron a confrontar seriamente con la elite bancaria, ni a exigir penalizaciones de la conducta financiera.
Ahora comparten la indignación colectiva que suscitan las impúdicas bonificaciones a los financistas. Pero avalan el socorro a los banqueros con los mismos argumentos que difunden el establishment. En lugar de reclamar la nacionalización del sistema bancario, aceptan una socialización de las pérdidas que acrecienta la deuda pública y obliga al ajuste perpetuo del gasto social.
Los keynesianos denuncian los fraudes cometidos con apalancamientos y contabilidades engañosas. También denuncian los oscuros negocios realizados con el capital propio de las entidades, que debía respaldar la actividad crediticia. Pero presentan estas estafas como pecados personales de los especuladores, omitiendo que el propio capitalismo incentiva periódicamente distinto tipo de malversaciones, para extender el alcance del crédito.
En esos ciclos de auge son muy demandados los financistas con habilidades para inventar nuevas formas de endeudamiento. En estas operaciones se violan las reglas vigentes, para gestar burbujas que rinden enormes ganancias.
Los keynesianos atribuyen estos excesos a la ausencia de regulaciones y proponen resolver el problema con normas más estrictas. Consideran que la tendencia de los banqueros a perder la prudencia, obliga al estado a ejercer una supervisión más estricta. Señalan que esta acción es indispensable para contrarrestar la inclinación de los financistas la gestión imprudente.
Pero en el sistema bancario no faltan reglas. Al contrario, abundan las normas y los mecanismos de supervisión. Como los propios banqueros preservan un control indirecto sobre esas disposiciones, las auditorías no reducen finalmente la incertidumbre, ni acotan el riesgo. Mediante distintos lobbies, los financistas suelen manejar toda esa maraña legislativa desde las trastiendas del poder. Con esa digitación inutilizan los controles e impiden neutralizar la irrupción de un crack.
La estrecha familiaridad entre los funcionarios y los banqueros se acentuó en las últimas décadas, a través de las privatizaciones y las normas de independencia de los bancos centrales. Pero esta asociación no es coyuntural. Acompaña al capitalismo desde su nacimiento y ha sido indispensable para la continuidad de este modo de producción. Los keynesianos cuestionan solo los excesos de esa relación.
Es importante notar que ha sido esta estructura de reglamentaciones y no su abstracta ausencia, lo que precipitó la crisis reciente. Las entidades no sufren la periódica erosión de su eficacia por vacios legales, sino por el impacto de la acción competitiva. La compulsión a incrementar el beneficio autodestruye las regulaciones heredadas de los períodos precedentes.
La expectativa de evitar el crujido financiero con nuevas disposiciones legales recrea viejas ilusiones en gestar instrumentos mágicos para prevenir la crisis. Estas herramientas nunca existieron, ni serán creados, mientras reine la presión para valorizar el capital en circulación. Esta compulsión erosionó las regulaciones de posguerra y vuelve a socavar las normas introducidas en los últimos años.
Seguramente el actual desarreglo neoliberal será enmendado con supervisiones más estrictas. Pero otra secuencia de mayor desregulación volverá a irrumpir, cuando el capitalismo necesite recomponer la tasa de beneficio.
Los keynesianos idealizan las regulaciones que establecen los estados para ordenar el funcionamiento de los mercados. Suponen que estas normas definen la dinámica del negocio bancario, olvidando que estas disposiciones aportan esencialmente una garantía del poder público para los papeles en circulación. La vigencia de una u otra regla sólo viabiliza ese funcionamiento. Lo que permite la existencia del crédito y la moneda es un respaldo estatal que exhiba solidez y capacidad de reembolso.
La comprensión de este proceso requiere aceptar que el estado no es una entidad al servicio del bien común, sino un órgano de protección de las clases dominantes. Cómo los economistas heterodoxos no aceptan este principio, imaginan que se pueden corregir todos los defectos del sistema con simples ajustes en las regulaciones.

El socorro que recibieron los bancos en la crisis debería poner fin a estas fantasías, ya que ha sido muy visible cómo los financistas manejan los resortes del estado en las situaciones críticas. Pero esta lección no será asimilada por quiénes observan al capitalismo como un sistema perfectible y eterno.

VOLATILIDAD Y DESREGULACIÓN

Existe otra corriente de teóricos pos-keynesianos (Philip Arestis, Gerald Epstein), que enfatizan en forma más contundente la responsabilidad del neoliberalismo. Estiman que la liberalización financiera potenció la incertidumbre, tornó volátil la circulación de fondos e incentivó la aceleración de las operaciones sin cobertura. Consideran que se estimuló una desbocada carrera por ampliar las ganancias inmediatas, favoreciendo la introducción de reglas de portafolio y maximización bursátil que terminaron desestabilizando a los propios bancos.
Este diagnóstico retrata el impacto de una transformación que contribuyó a potenciar el descalabro de las entidades. Pero este cuestionamiento omite las líneas de continuidad que vinculan a la era keynesiana con el período neoliberal. La desregulación se implementó preservando un patrón de intervención estatal sobre el sistema financiero, manejado por un selecto y estable grupo de expertos.
Es cierto que han estallado más burbujas que en el pasado, pero se mantiene la vieja pauta de transferir las riendas del sistema a esa elite cuándo los bancos tambalean. La persistencia de este comando demuestra cuán erróneas son las contraposiciones absolutas entre regulación keynesiana y flexibilización liberal. Ambas modalidades difieren en la gestión corriente de los negocios, pero se reencuentran en los momentos de potencial colapso.
Esta familiaridad es desconocida por los economistas que contrastan a los banqueros con el resto de los capitalistas. Cómo ignoran la asociación existente entre ambos grupos, han quedado desconcertado por la reciente conversión de los financistas en defensores de la acción estatal. Con igual sorpresa reciben la escasa predisposición que muestran los industriales para introducir cambios en el esquema neoliberal.
Los pos-keynesianos han retomado viejos cuestionamientos morales a la actividad improductiva. Denuncian el descaro de Wall Street, la estafa de los ahorristas y el chantaje de las agencias calificadoras contra los países endeudados. Pero olvidan que la especulación es una actividad constitutiva y no opcional del capitalismo.
Los bancos no forman un mundo aparte. Operan como complemento de la inversión y lucran desenvolviendo una actividad requerida por sus pares del comercio y la producción. El capitalismo enteramente productivo que imagina la heterodoxia nunca existió. El sistema se reproduce con formas crediticias que inexorablemente resucitan la especulación.
Al observar la tiranía de los financistas como un mal divorciado de la acumulación, se olvida también el lugar estratégico que han ocupado los banqueros en la reorganización general del capitalismo neoliberal. Esa gravitación contribuyó a imponer el incremento general de la tasa de explotación que reclamó toda la clase dominante.
Mediante su control del crédito, los banqueros definen actualmente el curso del ajuste que demandan todos los capitalistas y comandan las drásticas cirugías sociales que requiere el sistema para reproducirse. Lejos de introducir una distorsión en el capitalismo contemporáneo han actuado en función de las necesidades de este modo de producción.

RETRACCIÓN DE LA DEMANDA

Otras interpretaciones de la heterodoxia -más vinculadas a la tradición de la Regulación y el Distribucionismo- subrayan las tensiones creadas por el neoliberalismo en la esfera de la demanda (Michel Aglietta, Robert Boyer, Thomas Palley). Destacan que el modelo actual contrajo los salarios, amplió el desempleo y ensanchó la desigualdad social, hasta provocar un serio deterioro del poder de compra. Esta retracción afecta la demanda y potencia las recesiones. Partiendo de esta caracterización se convoca a recomponer la vitalidad del consumo masivo, con medidas de ampliación del gasto público y cierta redistribución del ingreso.
Este enfoque destaca también el impacto generado por los nuevos rasgos patrimoniales que presenta el consumo de los sectores altos y medios. Como una parte de los recursos de estos segmentos ha sido convertido en bonos y acciones, las corrientes de compras dependen más del vaivén de la riqueza financiera que del comportamiento de los ingresos. Por esta razón los ciclos de apreciación bursátil e inmobiliaria impulsan la demanda y los períodos de pérdidas precipitan regresiones de las adquisiciones. Los factores que determinan la “confianza del consumidor” han quedado enlazados como nunca al vaivén financiero.
Esta vulnerabilidad del consumo se acrecienta, además, por su creciente sostén en el endeudamiento familiar. Mientras que durante la posguerra la evolución de la demanda estaba dictada por la mejora del salario, en las últimas dos décadas ha quedado directamente conectada a la evolución de los préstamos.
Frente al creciente deterioro del mercado laboral, los asalariados han recurrido al auxilio crediticio para sostener su nivel de vida. Sólo el astronómico volumen de estos pasivos ha preservado el circuito de las compras, en un contexto de reducido ahorro. Los cuestionamientos al “sobre-gasto” de las familias estadounidenses retratan este divorcio, entre crecientes adquisiciones y exiguos reaseguros financieros.
Pero la acertada descripción de estos desequilibrios omite que el neoliberalismo solo potenció una contradicción del capitalismo contemporáneo. Este sistema incentiva el consumo en gran escala, sin brindar una contraparte de ingresos superiores y estables. Por un lado alienta las adquisiciones como barómetro del logro individual e identificación del éxito con el dinero. Por otra parte bloquea la obtención de esas metas, al fragilizar los ingresos mediante la competencia laboral y la degradación del trabajo.
El capitalismo actual promueve el consumismo hedonístico y el utilitarismo auto-referencial, pero imposibilita el disfrute de estos hábitos al generalizar la incertidumbre laboral. Este tipo de contradicciones salió a flote primero en Estados Unidos, pero ya se verifica en todos países avanzados.
Los economistas heterodoxos presentan estos desequilibrios como perturbaciones de la demanda, que podrían superarse mediante la ampliación del consumo. Olvidan que el capitalismo no tiene remedios sustanciales para los problemas que genera con el poder adquisitivo. En su propio desarrollo incentiva objetivos contrapuestos, al propiciar la ampliación de las ventas y la obtención de ganancias con menores costos salariales. Ambas metas son incompatibles, ya que la búsqueda de beneficios con bajos sueldos deteriora la posibilidad de ensanchar los mercados. En última instancia, esta contradicción –que irrumpe periódicamente- deriva del divorcio existente entre las condiciones de valorización (tasa de explotación) y realización (volumen de ventas) del capital.
Al desconocer esta tensión, los heterodoxos suponen que se puede evitar el ajuste neoliberal con mayor demanda y crecimiento. Pero estas propuestas son archivadas a la hora de gobernar. En esos momentos se reemplaza el recetario reformista por las acciones que exige el establishment. Lo demostró Obama, al utilizar los fondos públicos para socorrer a los bancos en desmedro de las mejoras sociales.
El comportamiento de los presidentes socialdemócratas de Grecia, España o Portugal ha sido más descarado. Lanzaron brutales despidos y recortes de los salarios, que se ubican en la antítesis de la reactivación de la demanda. Este contraste entre discurso y realidad ilustra los obstáculos que enfrenta la concreción de los enunciados heterodoxos.
En la crisis ha salido a la superficie la escasa predisposición de las clases dominantes para implementar medidas de retorno al estado de bienestar. Todos los capitalistas aspiran a seguir usufructuando de las ventajas que obtuvieron con la ofensiva patronal.
Los poderosos buscan incluso aprovechar el pánico creado por el desempleo, para ensayar una nueva oleada de thatcherismo, que liquide todo resabio de conquistas sociales. Este curso es propiciado por el conjunto de los opresores y no solo por los financistas de Wall Street. La reactivación del consumo popular con mejoras sociales solo puede efectivizarse a través de la lucha popular.
La crisis confirma que el funcionamiento del capitalismo se ubica muy lejos del imaginario heterodoxo. Todas las ilusiones en una trayectoria de equidad dentro de este sistema son desmentidas por el curso de los acontecimientos. Estas creencias presuponen que los empresarios actúan al servicio de la sociedad y que los estados regulan la distribución equitativa de los recursos. El ajuste refuta esa visión y demuestra cómo se desenvuelve un régimen social manejado por banqueros y empresarios.
Estos desaciertos de las concepciones keynesianas inducen a buscar explicaciones en los enfoques que postula el marxismo.

ESTRECHEZ DEL CONSUMO

Los seguidores de Marx subrayan la responsabilidad del capitalismo en el estallido de la crisis. Consideran que estas convulsiones son inherentes al sistema y continuarán irrumpiendo mientras perdure este régimen social.
Pero dentro de un marco conceptual compartido, los partidarios de esta visión plantean distintas interpretaciones de la eclosión actual. Estas diferencias giran en torno a los principales desequilibrios del sistema. Son discrepancias que retoman controversias de larga data sobre los mecanismos determinantes de las crisis.
Una vertiente postula que la obstrucción de la demanda suscitada por la agresión neoliberal constituye la principal contradicción del capitalismo contemporáneo (Michel Husson, Alain Bhir). Atribuyen el debilitamiento del poder de compra a la propia acumulación, que divorcia el curso de la producción de la dinámica del consumo. Remarcan que esta fractura no puede remediarse con simples cambios de política económica
Esta mirada destaca que el debilitamiento de los sindicatos, la segmentación del trabajo y la flexibilización laboral han tornado más vulnerables las estructuras de la demanda, que se forjaron durante el estado de bienestar. La vieja norma de consumo estable ha sido reemplazada por modalidades de compra más imprevisibles. Esta inestabilidad bloquea la absorción de una canasta contemporánea de bienes, que ya no presenta la uniformidad de la producción en serie. El comportamiento de la demanda ha perdido previsibilidad, frente a la multiplicación de empleos flexibilizados, salarios inciertos y puestos de trabajo alternados.
Este enfoque permite notar cómo el incremento de la productividad, la informatización del proceso productivo y la aceleración de los ritmos de fabricación han acentuado la vulnerabilidad del consumo. La competencia despiadada obliga recortar el ciclo de vida de los productos y a lanzar nuevos diseños, antes de completar la amortización de las inversiones. Esta obsolescencia acelerada de las mercancías impone formas de consumo tan vertiginosas, cómo desconectadas del tiempo de vida útil de las mercancías. La compulsión a cambiar celulares, televisores o autos induce a desechar estos bienes antes de su aprovechamiento completo.
Esta visión conceptualiza acertadamente las obstrucciones que sufre la demanda, como desequilibrios de realización del valor de las mercancías. Los bienes fabricados en procesos de extracción de plusvalía necesitan venderse para consumar esa confiscación, pero la ausencia de compradores solventes impide concretar ese proceso. El mismo sistema que induce a producir mercancías con criterios de rentabilidad socava el poder de compra.
La norma del beneficio orienta además la producción en función de cálculos de mercado, que están divorciados de las necesidades prioritarias de la población. Las oscilaciones de la oferta y la demanda sólo registran en forma parcial y distorsionada estos requerimientos, mientras que el barómetro de la rentabilidad impide satisfacer las necesidades sociales.
Este enfoque describe como la agresión neoliberal ha creado un círculo vicioso de contracción de la demanda que obstruye la acumulación. También destaca que es improbable la atenuación de estos escollos mediante la reconstitución del estado de bienestar. Postula recuperar las conquistas perdidas a través de la lucha popular y convoca a un compromiso de los economistas con la batalla social.
Esta explicación demuestra que la competencia multiplica los desajustes en todos los modelos de capitalismo. En cualquiera de estos esquemas, los empresarios se encuentran empujados a reducir los ingresos de los asalariados, afectando la venta de los productos que necesitan colocar.
Esta contradicción obedece a una dualidad intrínseca del capitalismo que incentiva la producción ilimitada de valores de uso, restringiendo al mismo tiempo la absorción mercantil de los bienes. Este desequilibrio deriva en última instancia del acotado poder de compra que impone la distribución desigual del ingreso.
La división de la sociedad en clases acaudaladas y desposeídas se traduce no sólo en formas diferenciadas de consumo, sino también en severas restricciones a la digestión de los bienes fabricados. La estratificación clasista obstruye periódicamente la realización del valor, bloqueando la venta de las mercancías a precios compatibles con la ganancia esperada.
Al destacar cómo el capitalismo contemporáneo amplía la demanda sin crear una contraparte de ingresos mayores, este enfoque clarifica un determinante de la crisis en curso. Pero el peso efectivo de este desequilibrio y su grado de madurez son controvertibles. Un indicio del alcance limitado que presenta esta contradicción es el estallido de la crisis en la economía de mayor sobre-consumo del plantea (Estados Unidos) y su posterior extensión hacia otros regiones de alto nivel de demanda (Europa u Japón).
Esta localización indica la ausencia de un escenario general de sub-consumo. Más bien predomina una variedad situaciones diferenciadas. En el Primer Mundo prevalece un contexto de compras frágiles y extendidas, en las economías intermedias las adquisiciones están muy polarizadas y en la periferia la corriente de ventas es claramente insuficiente.
Conviene recordar, además, que el capitalismo tradicionalmente atemperó el estrangulamiento de la demanda, con la expansión del sector de equipamiento y bienes sofisticados. Estos contrapesos siguen operando y evitan la aparición de límites absolutos a la acumulación. El incremento de los salarios en comparación a la productividad o los beneficios ha quedado completamente rezagado, pero esta brecha se traduce en mayor desigualdad del ingreso y no en una retracción absoluta del consumo.

SOBREPRODUCCIÓN DE MERCANCIAS

Otra tesis marxista recoge las explicaciones que hacen hincapié en los excedentes de productos sin vender. Este tipo de sobreoferta irrumpió primero en las viviendas norteamericanas y se expandió posteriormente a varias ramas de la economía mundial (automóviles, siderurgia, textiles). La forma que asumen estos desequilibrios ha sido detalladamente expuesta por algunos teóricos (Robert Brenner).
Este enfoque considera el capitalismo soporta un deterioro estructural desde hace cuatro décadas. Destaca que el aumento de la rivalidad entre las grandes empresas ha generado un nivel de sobrantes que atosiga al mercado mundial.
Este efecto contrasta con el impacto tolerable que tuvo esa misma concurrencia en los años de posguerra. Mientras que inicialmente la economía mundial lograba cobijar el incremento simultáneo de la producción y el comercio, posteriormente ya no hubo cabida para todos. Alemania y Japón socavaron la supremacía industrial-comercial de Estados Unidos y los tres contrincantes quedaron entrampados en una agobiante concurrencia. El ingreso de China al capitalismo global acentúa estas tensiones e introduce una masa adicional de mercancías a la plétora de productos.
Esta mirada destaca cómo la sobreproducción corroe al capitalismo mediante batallas competitivas que generan sobrantes. La concurrencia impone un ritmo de fabricación, que desajusta la masa de bienes fabricados de los niveles de compra. Las empresas son empujadas a incrementar su productividad, mientras la competencia impide evaluar las posibilidades de colocación. Como la misma concurrencia obstruye la concertación entre firmas, los bolsones de excedentes reaparecen una y otra vez. Los capitalistas conocen estas consecuencias, pero no pueden amoldar el total producido a las necesidades de los consumidores.
El principal mérito de esta caracterización es resaltar el impacto actual de un viejo desequilibrio. Demuestra que los mercados inciertos, las demandas dudosas y las ganancias inseguras no disuaden la acción competitiva. Las batallas por bajar costos y desplazar a los concurrentes continúan a todo ritmo. Esta pugna empuja a la economía hacia precipicios tan indeseados como inexorables.
Esta visión no atribuye la crisis a errores de política económica, a desaciertos con las tasas de interés o a inconsistencias en los cálculos de la inversión. Ilustra cómo el desplome del nivel de actividad es un resultado objetivo de la compulsión competitiva. La rivalidad impide coordinar las acciones entre las distintas firmas y empuja a todos los participantes a soportar la multiplicación de los sobrantes.
Al resaltar estos desequilibrios se describe la forma en que el capitalismo es socavado por su propio dinamismo. Hay excedentes de mercancías por que se amplía la competencia, la inversión y la productividad. La crisis confirma que el sistema no padece estancamiento, sino imprevisibles niveles de actividad.
Esta mirada también permite notar la incidencia limitada que tienen los monopolios para bloquear el descontrol competitivo. Los rasgos deflacionarios que presenta la crisis actual corroboran esta observación. A diferencia de los años 70 los ajustes de competitividad entre las empresas no se procesan actualmente en un marco inflacionario. Incluso han aparecido varios indicios de reducciones absolutas de los precios.
Estas disminuciones serían inviables, si los monopolios contaran con fuerza suficiente para acordar una administración conjunta de la economía. En ese caso las firmas negociarían la redistribución de los mercados, manteniendo sus ganancias y niveles de precios.
¿Pero es suficiente el concepto de sobreproducción para dar cuenta de la crisis actual? ¿No involucra sólo al cimiento de otros mecanismos más determinantes de la convulsión? Estos interrogantes abren el debate. Particularmente controvertida es la caracterización de la modalidad actual de sobreproducción. Existen muchos indicios de que este desequilibrio no constituye un arrastre del período pre-liberal, sino un efecto de la reorganización impuesta por la mundialización neoliberal.
En esta reestructuración los sobrantes anteriores fueron digeridos y aparecieron nuevos excedentes, derivados de la competencia global por aumentos de la producción desgajados de la demanda local. Es problemático suponer que los excedentes se acumulan soslayando procesos depuratorios, cuándo el capitalismo no puede suspender este tipo de desvalorizaciones.
El propio funcionamiento del sistema lo obliga a transitar por sucesivos ciclos de revalorización y limpieza de capital. Lo novedoso es la gravitación que tiene el estado en estos procesos. Los funcionarios se encargan de rescatar a las empresas en quiebra para luego privatizarlas, mediante acciones que permiten un desagote coyuntural de la sobreproducción y facilitan la gestación de nuevas oleadas de excedentes.

DECLIVE DE LA TASA DE GANANCIA

Otra corriente de teóricos explica la crisis resaltando el comportamiento de la tasa de ganancia. Consideran que el descenso de esta variable socava estructuralmente al capitalismo, al deteriorar la meta primordial del sistema que es la rentabilidad (Andrew Kliman, Chris Harman, Guglielmo Carchedi).
Con esta caracterización se retoma un principio expuesto por Marx, para explicar cómo el promedio del beneficio tiende a contraerse junto al desenvolvimiento de la acumulación. La expansión de la inversión provoca esta declinación de la rentabilidad porcentual, al reducir la proporción del nuevo trabajo vivo incorporado a las mercancías, en relación al trabajo muerto ya objetivado previamente en las materias primas y la maquinaria. Al modificarse la relación entre estas dos variables (composición orgánica del capital) se produce una retracción de la tasa de beneficio. El promedio del lucro obtenido en proporción al capital invertido decae, por esta disminución relativa del trabajo directo de los asalariados.
Este movimiento se encuentra sujeto a ciertos contrapesos que permiten la continuidad de la acumulación. Es evidente que una declinación en flecha de la tasa de ganancia imposibilitaría la continuidad del capitalismo. Ciertas fuerzas compensatorias morigeran el declive, incentivando incrementos en la explotación de los trabajadores y abaratamientos del capital constante o variable. Pero dada la gravitación preeminente de las inversiones en maquinaria e instalaciones, ninguno de estos atenuantes logra frenar la disminución porcentual de la ganancia.
Algunas miradas consideran que este proceso empuja al capitalismo a una lánguida supervivencia. El decrecimiento estructural de la tasas de ganancia bloquea el dinamismo del sistema y provoca las traumáticas convulsiones que han salido a flote en la conmoción actual
Otras interpretaciones del mismo principio observan este impacto con mayor cautela. Estiman que la tasa de ganancia no ha seguido un declive invariable, sino un movimiento atenuado por la relativa recuperación del lucro en las últimas dos décadas. Atribuyen este respiro al incremento de la tasa de explotación que impuso el neoliberalismo. Pero evalúan que esa recomposición ha sido insuficiente para restaurar el promedio de posguerra y para asegurar un resurgimiento significativo de la acumulación.
Tanto el diagnóstico de deterioro persistente, cómo el enfoque de recomposición insuficiente de la tasa de ganancia, consideran que este proceso se desenvuelve preservando empresas obsoletas y capitales artificialmente revalorizados. La ausencia de depuraciones mantiene en pie a segmentos productivos inviables, cuya existencia perpetúa la crisis y obstruye la reorganización del capitalismo.
Este enfoque estima que la intervención del estado para socorrer a los bancos (y sus compañías deudoras) bloquea la “canibalización” mercantil que requiere el sistema, para consumar su periódico resurgimiento. Consideran que el capitalismo funciona como un vampiro: necesita regenerarse con cuotas de plusvalía que no logra obtener.
La importancia de esta interpretación radica en recordar que el sistema está socavado por su propia evolución. Si la tasa de beneficio se contrae junto a la expansión de la acumulación, el aumento de la inversión o la marcha de la competencia se confirma que el límite del capital es el capital mismo. La caída porcentual del beneficio que rodea a toda crisis no obedece a desaciertos en los negocios, a vaivenes naturales de la economía o a desmedidos apetitos de lucro, sino a un desequilibrio endógeno del modo de producción.
Siguiendo este razonamiento resulta posible observar cómo el escenario neoliberal ha incluido una secuencia de aumentos de la inversión, que incrementaron la gravitación de la maquinaria hasta afectar el porcentual del lucro. Los indicios de esta dinámica se verifican en el peso logrado por las compañías transnacionales que lideran la industrialización de Asia y en la informatización general del proceso productivo. Otro síntoma de la misma tendencia es la destrucción de empleos por cambios tecnológicos capital-intensivos.
Pero el análisis de la crisis partiendo exclusivamente de esta concepción contiene varios elementos controvertidos. Son numerosas las evidencias de recomposición de la tasa de ganancia en las últimas dos décadas. Esta restauración se consumó no sólo mediante el incremento de la tasa de explotación, sino también a través de un abaratamiento inicial de las materias primas y cierta depuración de las empresas.
Este dato es omitido cuándo se postula la existencia de una crisis continuada por bajo porcentual de lucro. Conviene no olvidar los contrapesos que desenvuelve el propio capital al deterioro de la tasa de ganancia y es importante registrar la dinámica fluctuante que sigue la ley de Marx, en las distintas etapas del capitalismo.
Las comparaciones con la posguerra exigen considerar, además, los nuevos comportamientos del nivel del beneficio en empresas transnacionales más globalizadas. Pero lo esencial es notar la reorganización capitalista que introdujo el neoliberalismo, mediante cirugías de empresas y depuraciones de capital.

FINANCIARIZACIÓN

Existe finalmente una corriente de teóricos marxistas que analiza la crisis en función de la hipertrofia financiera (Francois Chesnais, John Bellamy Foster). Destacan la gravitación de los capitales sobre-acumulados, que atiborran los mercados con montos superiores al promedio de la circulación bancaria. Este desborde suele ejemplificarse con las cifras siderales que rodean a las transacciones especulativas (financiarización).
Este impacto es atribuido a varias transformaciones contemporáneas. Desde los años 70 desapareció un referente objetivo para mensurar la gravitación de cada moneda, en función de las productividades nacionales (in-convertibilidad del dólar). Esa eliminación abrió un grifo para desbordes bancarios y bursátiles, que incentivaron la propensión a gestar burbujas.
Esta corrosión fue posteriormente potenciada por la privatización de las finanzas, que redujo las garantías brindadas por los estados para el desenvolvimiento del crédito. Los préstamos crecieron en forma explosiva y los resguardos se contrajeron en forma alarmante.
Finalmente la titularización de los bonos consumó una transferencia general del riesgo a múltiples acreedores del planeta. La expansión de los fondos de pensión y las carteras institucionales propagó internacionalmente las nuevas modalidades especulativas de administrar el ahorro.
Otra corriente de pensadores (Costas Lapavitsas, Alfredo Saad Filho, Drick Bryan) observan la financiarización desde un ángulo diferente. Presentan a este desequilibrio cómo un resultado del propio dinamismo de la reestructuración neoliberal. Estiman que durante este período los bancos enfrentaron la pérdida de su mercado tradicional de grandes compañías, que ahora se autofinancian. Por eso recurrieron a una ampliación de los créditos hipotecarios y de consumo. Pero este giro condujo a colocar préstamos entre asalariados ya endeudados y traumatizados por la precarización.
La financiarización convirtió además a las familias con deudas en unidades de cálculo, que deben auto-administrar sus erogaciones, seleccionando sistemas de pago, tasas de interés o tipos de crédito. Para orientar estas decisiones se ha difundido la nueva literatura que responsabiliza a cada individuo por el éxito o fracaso de sus elecciones.
Estos mecanismos no solo potencian la mercantilización de la vida cotidiana y la alienación del consumo. Cómo los asalariados gestionan su propio riesgo con ingresos decrecientes y vulnerables, terminan atrapados en situaciones de quebranto que se trasladan a los bancos y afectan al conjunto de la economía.
El principal mérito de estas visiones radica en la conexión que establece entre las turbulencias financieras y los desajustes estructurales del capitalismo. Las tensiones bancarias no son atribuidas a la malicia de los especuladores, sino a la multiplicidad de obstáculos que enfrenta el capital para su propia reproducción.
Esta caracterización cuestiona, además, la presentación usual de la estructura financiera, como un sistema de ahorros sabiamente canalizados hacia la producción o perversamente derrochados en la intermediación. El dinero que alimenta estos procesos es acertadamente conceptualizado como un derecho de apropiación de la plusvalía, que generan los trabajadores y confiscan los patrones.
De esta forma se esclarece el contenido social que rige a la moneda y el crédito, superando el fetichismo financiero que enceguece a la economía convencional. Con esta óptica se esclarecen los privilegios de clases que sostienen a la circulación del capital. Solo esta mirada permite evitar la presentación superficial del estallido actual como un error de funcionarios, un acto de irresponsabilidad bancaria o un efecto de apetencias especulativas.
Pero estos aciertos coexisten con varios problemas. Es vital establecer los nexos que vinculan la crisis financiera con sus determinantes productivos, para explicar las raíces de la convulsión actual. No hay que olvidar que las principales contradicciones del capitalismo continúan localizadas en la esfera de productiva. Allí se procesan las tensiones subyacentes que desestabilizan a la moneda y el crédito.
Los enfoques de la financiarización que reconocen el dinamismo del período neoliberal permiten aproximarse a esta comprensión, al registrar los nuevos desequilibrios creados por esa expansión en la esfera bancaria. Este esclarecimiento queda obstruido en las visiones que postulan la preeminencia de una etapa estancamiento, hegemonía parasitaria de los financistas o pura primacía de las actividades rentistas.
Con esta última mirada resulta difícil notar la estrecha asociación que presenta la crisis en curso, con la expansión geográfica y sectorial que registró el capitalismo durante las últimas décadas. El liderazgo de los banqueros ha permitido consumar una reorganización, que no sustituye la lógica de acumulación por la dinámica del saqueo.

TEORÍA Y POLÍTICA

Las controversias sobre la crisis están modificando el ambiente del pensamiento económico. Al cabo de dos décadas de silenciamiento se vislumbra un principio de rehabilitación del enfoque socialista. Resurgen las lecturas de “El Capital” y reaparecen los seguidores contemporáneos de ese texto. Si esta tendencia prospera, la concepción marxista recuperará autoridad política e intelectual. Esa recomposición es indispensable para desafiar la hegemonía intelectual que comparten los neoliberales con los keynesianos.
Pero la reconquista de este espacio exige actualizar también las distintas tradiciones de una corriente que impugna el capitalismo, cuestiona la explotación y propicia gestar sociedades igualitarias. Esa reconstrucción se desenvolverá conectando el pensamiento económico con la práctica política y evitando tanto los tecnicismos como los razonamientos abstractos. La tradición marxista es muy crítica con las especializaciones académicas ajenas a la lucha social y se ubica en las antípodas de cualquier segmentación entre economistas (que aportan diagnósticos) y cientistas políticos (que evalúan las consecuencias de esos escenarios).
En el marco de estos criterios comunes se procesan las actuales divergencias teóricas entre marxistas sobre el origen de la crisis. Son desinteligencias al interior de una cosmovisión compartida, que enfatiza la preeminencia de distintos desequilibrios en la determinación de la crisis. Qué estas contradicciones se ubiquen en la esfera del consumo, la producción, las ganancia o las finanzas no altera la caracterización central de la conmoción en curso, como una crisis sistémica del capitalismo.
Es importante recordar esta coincidencia básica para lograr un desenvolvimiento provechoso de las polémicas. También es vital notar que estas disidencias conceptuales no tienen correlatos políticos directos. De una misma interpretación de los desequilibrios económicos se pueden extraer conclusiones políticas divergentes y también es factible el proceso inverso. La existencia de estas mixturas refuta muchas simplificaciones. Ninguna teoría socialista de la crisis conduce de por sí a la moderación reformista o a la radicalidad revolucionaria.
Recogiendo el legado de un siglo de reflexiones teóricas es posible gestar una nueva combinación de análisis científico, crítica al capitalismo y práctica socialista. Esta búsqueda ya ha comenzado y los primeros resultados son muy alentadores.

6-10-2010

BIBLIOGRAFÍA
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-Stiglitz Joseph, Caída libre, Taurus, Buenos Aires, 2010.



TÍTULO: INTERPRETACIONES DE LA CRISIS

Autor: Claudio Katz

RESUMEN: Los neoliberales objetan la osadía de los banqueros, los desaciertos de los gobiernos y la irresponsabilidad de los deudores. No explican el apoyo a un socorro estatal que desmiente todas sus doctrinas. Analizan las conductas individuales, omitiendo los condicionantes objetivos y el impacto de concurrencia sobre las finanzas.
Los keynesianos cuestionan el descontrol oficial, la tolerancia de la especulación y la ausencia de regulaciones. Denuncian los fraudes, sin notar su conexión con la expansión del crédito. Las regulaciones ya son numerosas pero están socavadas por la competencia, mientras el estado protege a las clases dominantes en lugar de contribuir al bien común.
El continuado poder de la elite que supervisa a los bancos desmiente las contraposiciones absolutas entre regulación keynesiana y flexibilización liberal. Ambas modalidades se reencuentran en los momentos de colapso y convalidan la especulación, como una actividad constitutiva y no opcional del capitalismo.
La explicación de la crisis por el deterioro del poder adquisitivo resalta la vulnerabilidad de la demanda que ha generado el endeudamiento familiar. Pero el propio capitalismo incentiva el consumo sin permitir su disfrute. Propicia una ampliación de las ventas que contradice la reducción de los costos salariales.
Todos los enfoques marxistas remarcan los desequilibrios intrínsecos del sistema, pero existen varias interpretaciones de la crisis. Quiénes subrayan las tensiones entre la producción y el consumo que genera la estratificación clasista esclarecen un conflicto central de la economía actual. Pero debe evaluarse el grado de generalidad y madurez de este desequilibrio.
El énfasis en la sobreproducción permite notar el impacto de los excedentes generados con la mundialización. Pero esa fractura no es un arrastre del período pre-liberal y no anula la depuración de los capitales obsoletos.
El acento en la declinación porcentual de la tasa de ganancia confirma los desajustes creados por el aumento de la inversión, en un marco de creciente desempleo. Pero hay que notar cómo el aumento de la explotación y el abaratamiento de los insumos ha preservado el nivel de los beneficios.
Varias explicaciones financieras clarifican el contenido social de la moneda y el crédito. Destacan la corrosión provocada por la emisión de títulos, el giro de los bancos hacia los créditos de consumo y la gestión familiar del riesgo. Pero hay que vincular estas transformaciones con sus determinantes productivos y evitar lecturas centradas en el saqueo.
Las divergencias teóricas entre economistas marxistas no tienen correlatos políticos directos y alientan una nueva síntesis del análisis científico con la práctica socialista.

jueves, 11 de marzo de 2010

Iruzkinaren unea da


Bagabiltza korapiloz beteriko historian barrena, bere ordoki eta muino inspiratuak, goi- lautada gogaikarriak eta ustekabeko malkarrak. Duela mende erditik hona higiezina nahi zen ikusmira kontinentalean, bere itxitura, hesi mugakide eta auzo-istiluekin, kokaturik, bonbek eta tankeek utzitako arrastoen arabera bilkuretatik paktuetara marrazturiko eternitate geografiko berri honetara ohituak ginen ia.
Dagoeneko, eternitate hau pitzatzen hasia da. Historiaren amaiera agintzen den momentu berean, ez du historiak hanka egiteko asmorik erakusten. Memoriaren itzuleraren zamapean jasotako ideien zolda kraskatzen da. Dudazko unea. Erdizka egi zentsuratuak eta erdizka dudazko zalantzak dituen oraina kezkatia, iragan agortezinak astinduz eta kolpeka botatzen duenaz kolpatua sentitzen da.
Ez dago, inolaz ere ez, gai sailkaturik. Benetako kriminalek eta hobendun faltsuek aldatuak dituzte mozorroak. Galdetegia berriro irekita dago.
Labirinto honetan benturatzeko asmotan, Walter Benjamín aukeratu dugu, ez gidari gisa, igarotzen duen lagun apal bezala baizik. Nork berrirakur ditzake, outsider errari eta errebelde honek baino hobe, tradizio kultural europar handien bidegurutzean hizkuntzaren, historiaren eta politikaren arrastoak?
Berak utzitako, eta indioaren zuhurtziaz ezabaturiko, aztarnetara atxikitako gara. Beti ere etengabe behin eta berriz hasten den eternitatera ihes egiteko modua emango ligukeen sasiz estalitako bidezidorraren bila. Bere galaxia malenkoniatsuan, bere izar bizkiak gurutzatuko ditugu eta frogatuko ditugu kidetasunez eta diskrezioz aukeratutakoaren erakarpenak. Noiz eta oraindik ibiligabeko bidexkak abiatzen diren bidebanatze niniñoenak aurkitu arte.
Iruzkinaren unea da.
Mesias helduezina, ikusi bezain pronto desagertuaren atzetik joko dugu. Ikusiko dugu nola uzten dituen, bere metamorfosien harian, erlijio eranskin zaharrak, sekularizatua eta laikotua, bere "agian"-en mutur-puntatik oraina zaurituz. Bere esperantza-printzipioa ez da gehiago izango orduan dohatasun-printzipio bat, ulergarritasunaren eta historiaren nahas-mahasean norabidearen printzipioa baizik.
Jatorriaren unea da.
Aurkituko dugu Benjaminen arrastoek harlatx batera eramaten gaituztela eta han garai ez- mekaniko batean, Jainkorik gabeko etika batean eta pentsamendu estrategikoaren bidezidor berritan zabaltzen direla izar-bidetan. Gurutze-bide berri honetatik Marxengana itzuliko gara, Marx bera mende honetako amesgaizto sukartsuetatik iratzartzeko.
Iratzartze eta ate-erdi irekiaren unea da.
Bidea eginez, eskuka-eskuka aztertuak izango ditugu arrazoi mesianiko baten itzulinguruak. Teoria eta praktikaren artean, beharrezkoa eta posiblearen artean, unibertsal eta singularraren artean elkartze-puntu bat izanik, bai ezagutza hermetiko baten sekretu gordeak eta baita zientzia sasi-demokratakoaren ziurtasun konpartituak uxatzen ditu.
Duela berrogei ta hamar urte, justu, Benjamin gelditu zen bere onetik aterea eta planeta honetaz erabat nekaturik, besarkada beldurgarritara emana baitzegoen. Sute horretatik ordenamendu txar bat eta oreka faltsua, errekontziliazio gaizki egina eta amnistia faltsuak, konpromiso tamalgarria eta ahaztura onartezinak sortu ziren. Agian Benjaminek aldez aurretik sumatua zuen ez zuela gaizki egindako mundu honetan lekurik izango. Bere gozotasun burugogor eta finak tinkotasun moldakaitza ezkutatzen zuen.
Igarotzailea, muga-lerroaren, bereizketa-puntuaren zaintzaile ernea ere bazen. Bere kaparen tolestura eretz eta lasaigarrietan zeraman disimulaturik aizto beldurgarriro zorroztuak. "Orain artean eromenari, handitzen joan dadin, azpia eman dioten eremuak luberritzera", "baso birjinaren sakonenera erakartzen duen horrorearen preso izan ez gaitezen arrazoiaren aizkora zorrotzarekin, ezker-eskuin begira gabe, alorrak irabaztera", deitzen zuen. Bake-gizon honek, espirituaren erresistentzia eta gerrilla guztientzat ezinbestekoa den arma zuria zuen gogoko.
Izan ere "lur-zoru osoa arrazoiaz luberritua eta eromenaren eta mitoaren sasietatik garbitua beharko luke izan".
1.- Joseba Barriola lagunak euskaratua, Walter Benjamin eta zentinela mesianikoari buruz Daniel Bensaidek idatzitakoaren zati bat dakartzagu “eztabaida” honetara. Keinu honekin, omenaldi xume bat egin nahi diogu zendu berria den lagunari, eta bide batez, zabaldu mezua: iruzkinaren unea da!

miércoles, 10 de marzo de 2010

Viejo y sabido

Jorge Zabalza

El de 1985 es el segundo primero de marzo que hoy quiero recordar. Ocho rehenes quedábamos en el Penal de Libertad, pues ya lo habían dejado morir a Adolfo Wasen, sabíamos que Julio María Sanguinetti estaba pasando revista a los torturadores y asesinos en la Plaza Independencia, los ocho pensábamos continuar la lucha apenas se abrieran las rejas, sin cartas en la manga como escribió Sendic, practicando el arte de lo posible, pero siempre tras lo imposible, la emancipación del pueblo asalariado, como era nuestro ideario, nuestra meta, el único sentido de nuestra vida. Con cuarenta años bastante bien vividos, no dudé en desechar el regreso de la oveja descarriada, de echarme arrepentido en los brazos de mi padre y companía, opté por abrazarme con los míos, renovar las credenciales de mi juventud y tomar las banderas de las manos de los caídos.

El del 2010 es el tercero, este primero de marzo de hoy, a cuatro de los setenta, me encuentra escribiendo esta portada de “zurdatupa” y recreando la opción de vida, afirmado en los cambios que el amor trajo a mi vida se reafirman las convicciones revolucionarias. No quiero saber nada de transas ni renuncies de ningún tipo. Claro, los mandobles duelen ... la fraternidad hace rato que rompió, en ciertas ocasiones uno se siente “ladiao” y asombran las miradas elusivas de algunos, el corazón no siempre permanece indemne...¿no seré yo el equivocado? ¿no estaré pasado de rosca? ¿no habrá que adecuarse a los nuevos tiempos de socialiberalismo?. Pero no, las convicciones son tozudas porque los hechos son tozudos, es esa realidad que me atropella a cada rato, con nombre y apellido de niñxs sin futuro, hijxs de los nombres y apellidos que transitan su vía crucis diario sin perspectivas de resurrección.

Respuesta vieja y sabida: para emancipar sus víctimas es necesario transformar revolucionariamente la sociedad, crear un mundo de mujeres y hombres libres del salario, productores y productoras libres, no la obligación forzosa de trabajar sino la creación conciente y voluntaria; un mundo de seres humanos iguales, de asambleas gestionando la producción y la distribución de bienes, sin hombres sobre mujeres ni adultos sobre niños, sin hombres blancos sobre hombres de piel oscura, sin imperios sobre países pobres, el poder trasladado del Estado al individuo, a la persona, todos poderosos, nadie sometido, todos filósofos, todos poetas, todos artistas. Es largo y prolongado el camino hacia ese horizonte difuso...pero navegante sin norte se pierde sin remedio.

Es viejo y sabido: las burguesías se han hartado de demostrar que no interés en compartir ganancias y riquezas con nadie, a las criollas, como la nuestra, les resulta más lucrativo subordinarse al proyecto del capital transnacional que promover un proyecto nacional, independiente del imperialismo. Los pueblos asalariados, en particular el nuestro, desearían de alma que el mundo se revolucionara por sí sólo, prefieren la línea del menor esfuerzo, que otros hagan las cosas mientras ellos toman mate en la cocina.

En aras de la comodidad se han equivocado muchas veces en la historia, han confiado en fórmulas “salvadoras” vestidas de uniforme, han apoyado promesas demagógicas de cambios “profundos” o “estructurales”, han apostado a obtener “en paz” la anuencia de la clase propietaria para achicar la brecha entre pobres y ricos. Es la película “deja vu”: un gobierno de unidad popular apenas roza el monopolio privado sobre la propiedad de tierras, industrias y bancos, los demonios se despertaron y fue traicionado por aquellos en quienes no debían haber confiado y terminan pagando el error con miles de asesinados y desaparecidos. Remember la Chile de Allende o, en condiciones históricas muy diferentes, póngase las propias en remojo al ver cómo arden las barbas del pueblo hondureño.

La ciega aritmética de la máxima ganancia impulsa a invertir en la especulación financiera (cero mano de obra) o en trasladar sus inversiones productivas a los países del tercer mundo ( mano de obra prácticamente esclava) pero, esa ceguera, al volver burbuja y ruleta al capitalismo, le cercena su base de sustentación y lo condena a vivir de crisis en crisis, la última dejó por el suelo a EEUU y Europa, pero no ha sido la peor de todas, la peor será la próxima, sin embargo, las crisis no acaban con el capitalismo, hiperconcentran la propiedad, hipercentralizan las decisones, lo reacomodan, el desastre de los EEUU y Europa abre las puertas a experiencias más esclavizantes, como la china y la india, cuya producción se basa en salarios tan bajos que hace imposible que otros capitales compitan con ellos, lo sabido desde la más remota antigüedad es que los imperios no caen solos...se precisa bárbaros que volteen sus muros.

También es viejo y sabido que esa lógica insana de reducción del capital variable expulsa asalariadxs hacia los márgenes del trabajo precario y mal pago, que se territorializa la división en clases, ahonda y ensancha el corte que escinde la sociedad, que el capitalismo no puede evitar hacerlo por mucho que planifique “políticas sociales” desde los organismos financieros internacionales. Ahí en esos territorios del hambre y la miseria se va conformando el ejército, hasta hoy informe, de los condenados al hambre y la miseria por el capitalismo que serán los sepultureros del sistema aunque todavía no lo sepan, la igualdad y la justicia social sólo serán posibles si el poder económico pasa a ser poder de pueblo, de los asalariados empobrecidos de las villas miserias, las favelas y los asentamientos.

Es viejo y sabido que seguimos siendo el patio trasero de América La Rica, la locura del poder económico precisa de la locura del poder armado imperialista, más allá de las sonrisas “producidas” que exhiben la Hillary y el último premio nóbel de la paz, acechan la IV Flota, los diez mil marines en el portaviones Haití, las bases en Colombia y las estrechas relaciones del Comando Sur con todas las Fuerzas Armadas de América Latina, por delante o por detrás de los gobernantes de turno. Hay más halcones y cóndores volando sobre el horizonte...

América La Rica aplica sabiamente la antigua estrategia “divide et impera”, ahora, al ver cuestionada su hegemonía mundial, inicia una ofensiva político-militar con el objetivo de enfrentar entre sí a los pueblos de América La Pobre. Para cercar y aniquilar cualquier posible resistencia a sus intereses, el imperio interviene violentamente en Colombia, Honduras y Haití, estrecha alianzas con Méjico, Perú, Chile, Paraguay y Uruguay.

La transformación revolucionaria de la sociedad necesita irremediablemente la derrota del imperialismo, como ayer, como siempre, la lucha en cada país de América la Pobre es un episodio de la gran historia que enfrenta al poder económico transnacional con todos los pueblos, los descendientes de las víctimas de la conquista y el genocidio, los descendientes de los africanos esclavizados y nosotros, los criollos que descendemos de los invasores europeos. Enemigo común, historias emparentadas en una sola gran lucha, el destino de América La Pobre es constituirse como una única nación libre de todo poder, desde el Río Bravo de Pancho Villa a la Patagonia Rebelde de los trabajadores anarquistas.

Este primero de marzo del 2010 suena a reinicio de la lucha por Verdad y Justicia, la causa apoyada por el 48% de los uruguayos que desoyeron el discurso de olvido y perdón y la orfandad partidaria, la causa más legítima y justa de todas las causas...¿porqué el parlamento no anula la ley de caducidad ahora?, ¿porqué los parlamentarios desoyen el clamor internacional que reclama la anulación de la ley de caducidad?, ¿porqué sostienen la vigencia de una ley declarada inconstitucional por la Suprema Corte de Justicia? que la declara inco, ¿qué compromisos tan fuertes han contraído y con quiénes?.

La publicación de este blog con algunos materiales de diferentes autores, obedece al convencimiento de la necesidad de impulsar y ordenar ideas, no presupuestos dogmáticos sino ideas surgidas de la práctica social y política, conclusiones extraídas de determinada experiencia histórica, no para cerrar el período de la epopeya revolucionaria de los tupamaros, sino para sembrar y abonar...las tareas de acumulación política tienen diversas características –movilización y lucha, organización y agitación- pero no se puede dejar de lado, ya lo hicimos y así nos fué, el trabajo teórico de explorar posibles rumbos, entre ellos la visión de la sociedad sin clases y sin Estado a la cual queremos llegar, pero también las estrategias concretas que conduzcan a la insurrección de un pueblo armado y organizado como en los tiempos de Artigas.

Sólo pueden ser libres quienes comprenden la necesidad de serlo, pero tampoco nada de alucinaciones autocomplacientes, los caminos de salida parten de la condición más ingrata para proponerse hacer una revolución en Uruguay, la conciencia de ser una minoría muy minoritaria que busca hacerse aguacero en medio de la sequía, sin embargo, al mismo tiempo, la esencia de esa propuesta es lo más real que existe en las sociedad de clases, la necesidad impostergable de la emancipación de los asalariados.

En octubre de 1987, después de varias charlas sobre Ernesto Ché Guevara, en el vigésimo aniversario de su asesinato, Raúl Sendic escribió en su columna de MATE AMARGO:
“... es necesario que también nosotros nos preguntemos en esta hora qué hacer. Qué hacer con un proletariado que pierde sus derechos día a día. Es la médula de toda revolución, ¿cómo lo vamos a sacar adelante? Qué hacer con los marginados que ya hoy son más y más pobres que los proletarios en muchos países. Qué hacer con el capital especulativo y con la deuda que nos reclaman. Y otra vez la visión del guerrillero caído en Bolivia tal vez nos dé una mano. Diciéndonos que no tenemos que esperar que teorías y prácticas nos vengan de otros, sino que tenemos que hacerlas nosotros mismos. Diciéndonos que sin hombre austero, sin hombre solidario, sin hombre nuevo, no se puede construir el socialismo”.

lunes, 25 de enero de 2010

Recordando a Daniel Bensaïd

La Mutualité, Paris, 24 de enero
Josep Maria Antentas
Miles de personas que llenaban la Sala de la Mutualité rendieron homenaje a Daniel Bensaïd. Conducido por Fred Borras y Myriam Martin, ambos de la dirección del NPA y de Toulousse, como Daniel, tuvo lugar un emotivo y militante acto de recuerdo a su memoria. En el público se juntaron militantes del NPA, de todas las edades, jóvenes recién llegados y veteranos de la generación del 68, representantes de otras fuerzas de izquierda, personas del mundo de la cultura, y también exmilitantes de la LCR, que compartieron aventura militante con Bensaïd y se alejaron, por cansancio o renuncia, en algún momento del camino. Un camino que como decía Daniel “fue mucho más largo de lo que imaginamos en el entusiasmo juvenil de los años sesenta”, pero que él nunca cesó de recorrer, hasta el final de sus fuerzas, y con el mismo entusiasmo que al comienzo.
El homenaje tuvo lugar justo un día después de las jornadas “Potencias del comunismo” en la Univiersité Paris VIII, organizadas desde hacía meses por el mismo Daniel Bensaïd y la Societé Louise Michel, y que contaron con la participación de reconocidos intelectuales franceses, como Jacques Rancière y Étienne Balibar, u extranjeros como Slavoj Zizek y muchos otros.
Repasando varios momentos de su vida, remontando desde atrás hasta hoy en día, intervinieron una larga lista de oradores, inaugurada por Alain Krivine y finalizada por Olivier Bensancenot: Jannette Habel, Flavia D’angeli, Miguel Romero, Carmen Castillo, Philippe Pierre-Charles, François Sabado, Gregoire Chamayou, Daniel Mermet, Alain Badiou, Edwy Plenel, Samy Joshua, Michael Lowy, Annick Coupe. Sus palabras acompañaron el silencioso homenaje que dedicamos a Daniel los miles de asistentes desde el público. Intervinieron también el poeta Serge Pey, que recitó tres poemas acompañados de una performance visual, y la conocida cantante Emily Loizeau, que interpretó tres bonitas canciones. El dibujante Charb, ilustrador de la última obra de Bensaïd, Marx mode d’emploi, contribuyó al acto con varias viñetas, proyectadas durante las intervenciones, y que dieron un toque de humor a un acto presidido por la emoción militante, sobretodo durante el pase de un breve film con imágenes y fragmentos de la vida de Bensaïd.
Muchos otros nombres conocidos de todo el mundo, que compartieron militancia con Daniel, estuvieron también en el acto, como Tariq Ali, Michael Warschawski, o Francisco Louça, así como compañeros de Izquierda Anticapitalista como Jaime Pastor, Manolo Garí, y de la dirección de la antigua LCR española como Justa Montero y Chato Galante, y otros militantes que fueron de la LCR. Tampoco faltaron representantes de varias organizaciones revolucionarias de otros países, como Alex Callinicos del SWP inglés o Ahmed Shawki del ISO norteamericano. Todo el acto estuvo marcado por un fuerte perfil internacionalista. No en vano Daniel Bensaïd fue un “internacionalista creyente y practicante” nos recordó Fred Borras en su presentación.
“Es difícil hacer un homenaje a una persona que nunca lo hubiera aceptado” empezó Alain Krivine, quien recordó los acontecimientos de mayo del 68 y el papel jugado por Bensaïd en tanto que animador del movimiento estudiantil, que “permaneció militante revolucionario desde entonces hasta ahora”.
Jannette Habel, antigua dirigente de la LCR y de la IV Internacional y conocida por sus trabajos sobre Cuba y el Che habló del pensamiento político de Bensaïd, a propósito de sus ideas sobre la emancipación, recordando un debate sobre el tema la última vez que coincidieron, en la universidad de verano de ATTAC. En un momento de desconcierto para la izquierda como los años noventa, “Daniel se dedicó a la tarea de refundar sin renegar” y ahora “se trata de hacer de nuestro duelo, fidelidad a su mensaje”, señaló.Flavia D’Angeli, portavoz de Sinistra Critica, que conoció a Bensaïd, como tantos, en una de las ediciones de los campamentos internacionales de jóvenes revolucionarios, explicó que para la construcción de Sinistra Critica y, antes, Bandiera Rosa durante los años noventa, el pensamiento de Daniel “fue un impresionante instrumento con el impresionismo político” y las modas pasajeras. “Daniel nunca se paró y nosotros le daremos siempre las gracias”.
Miguel Romero habló del papel jugado por Daniel Bensaïd en la construcción de la LCR española durante el franquismo, explicando la primera reunión con él en 1972 en Barcelona. “Al final de la misma, donde hablamos de todo, Daniel Bensaïd era ya para nosotros Bensa, el Bensa”. Daniel, explicó, jugaría también décadas después de nuevo un papel importante en la reconstrucción de un proyecto político revolucionario en el Estado español, convirtiéndose también para la nueva generación militante en “el Bensa”.
Carmen Castillo, cineasta, exiliada de la dictadura chilena y autora de Calle Santa Fe, afirmó que la solidaridad de la Ligue y de personas como Daniel Bensaïd fue fundamental para seguir adelante después del exilio. “Sin ellos no estaría aquí, no hubiera podido salir adelante”. Explicó como gracias a Daniel y a otros compañeros, como Michael Löwy aprendió “que los muertos no son muertos” y a “vivir en la compañía de los ausentes”. Leyó unas emotivas palabras del escritor John Berger, dedicadas a la muerte de Bensaïd.
Philipe Pierre-Charles, dirigente del Grupo Revolucionario Socialista (GRS) de La Martinica, recordó que Daniel Bensaïd tuvo siempre una relación particular con las Antillas. “En sus charlas en las escuelas de formación que dio durante más de 40 años”, afirmó, “siempre nos chocó su profundo conocimiento de la historia, la filosofía, y la literatura de nuestro país” y rememoró la intervención de Bensaïd en una masiva conferencia en La Martinica sobre el colonialismo en el año 2006.
François Sabado, dirigente durante mucho tiempo de la LCR y actualmente de la IV Internacional, explicó el papel jugado por Daniel en la construcción de la IV Internacional durante los años setenta y ochenta, y en particular en países como el Estado español o Brasil, para quien el compromiso con al IV Internacional fue una forma “de anudar el hilo de la historia” y engarzar pasado y presente. “Daniel y el internacionalismo eran uno solo”, afirmó. Expresando el sentir de todos concluyó: “Será duro continuar sin él. Nos ha dejado una bella herencia. Habrá que saber transmitirla y dependerá de nosotros estar a la altura.”Gregoire Chamayou, de la revista Contre-temps, que fundó Bensaïd en el año 2001 y de la que era uno de sus co-directores, repasó su pensamiento político-filosófico, a través de citas y frases de Engels, Marx, Gramsci, Peguy, Benjamin, Lenin y Blanqui particularmente apreciadas por Bensaïd. “Nunca sabremos de donde vendrá la chispa que puede prender el fuego” nos señaló, entre otras, citando a Lenin.
Daniel Mermet, conocido locutor de radio y presentador del programa La-bàs j’y suis, donde entrevistó a Bensaïd en varias ocasiones, y a quién le dedicó un programa especial en los años noventa, recordó su figura, y su voluntad de “resistir lo irresistible”. Mermet introdujo también al siguiente orador, el reputado filósofo Alain Badiou que intervino a modo de respuestas a las preguntas formuladas por Mermet. Badiou recordó su relación intelectual con Bensaïd y los debates públicos mantenidos, como resultado de visiones distintas de la política y la emancipación, pero siempre desde el mismo lado de la barricada. “Con su ausencia”, dijo” hay algo que ha cambiado en el panorama intelectual, político, militante, revolucionario”. Señaló que, más allá de sus diferencias, cuando fue atacado en la prensa como antisemita “el primero en salir en mi defensa fue Daniel” y, a pesar de sus visiones distintas sobre la continuidad y discontinuidad en la política, precisamente una de las virtudes de Daniel fue “la fidelidad a sus proyectos”.Edwy Plenel, antiguo militante de la Ligue, periodista de prestigio, exdirector de Le Monde y actualmente al frente del proyecto Médiapart hizo un emotivo recuerdo de la figura de Daniel Bensaïd, sus vínculos con la historia del movimiento obrero, y con la Comuna de Paris, y su interés por la “transmisión”. A Daniel “siempre le molestó el marchamo generacional. Él no es de una generación, es de la eternidad”.
Elias Sanbar, prestigioso ensayista y escritor palestino, afirmó, después de ser recibido por un intenso aplauso, que “Daniel era antes que nada, un resistente”, y practicaba “la resistencia como hay que hacerlo, combinando acción y reflexión”.
Samy Joshua, dirigente del NPA y presidente de la Société Louise Michel explicó los objetivos de esta sociedad, impulsada por Daniel como un espacio de confluencia y debate intelectual plural, en las proximidades del NPA pero independiente del mismo, y para la cual “el pensamiento a la vez coherente y abierto” de Bensaïd es un ejemplo y una referencia, para la “tarea inmensa” que tenemos por delante.
Michael Löwy, respetado intelectual, promotor de la red ecosocialista internacional, militante de la LCR y ahora del NPA, repasó el pensamiento político y filosófico de Bensaïd, un “comunista herético”, siguiendo la fórmula empleada por ambos en un artículo conjunto sobre Blanqui. Señaló su “fidelidad obstinada a los oprimidos y la oposición a toda ortodoxia dogmática”, su desprecio al “homo resignatus”, y la gran calidad literaria de sus escritos, “propios de la pluma de un verdadero escritor”. La mejor forma de rendir homenaje a Daniel es, dijo, “recordar las palabras del sindicalista norteamericano de la IWW, Joe Hill justo antes de ser fusilado: don’t mourn, organize! (¡no os lamentéis, organizad!)”.
Annick Coupé, dirigente del sindicato alternativo Solidaires, destacó como para los militantes sindicales y asociativos como ella, Daniel tuvo un papel muy “valioso en el debate político de los movimientos sociales” y señaló su compromiso en la movilización intelectual en favor de las huelgas de noviembre-diciembre de 1995 contra el Plan Juppé, que marcaron el inicio de la contestación social al neoliberalismo en Francia.
Olivier Besancenot cerró el acto afirmando “que nos hemos reunido con el estado de espíritu de perpetuar su aventura”. “Daniel”, continuó, “nos ayudó a militar, fue un transmisor entre generaciones y en muchos ámbitos” y “el mejor homenaje que le podemos hacer es que esta transmisión continúe”.
Los versos de La Internacional, cantados por los miles de asistentes, y precedidos de un larguísimo aplauso en memoria de Daniel Bensaïd, pusieron fin a un emotivo acto en el que todas y todos empezamos a asumir sin remedio que Daniel ya no está entre nosotros.
Nunca un acto militante lleno a rebosar de gente tan triste terminó siendo un encuentro tan cálido.